lunes, 19 de octubre de 2009

Capítulo 1

Estaba en mi bar favorito, bebiendo cañas y rodeado de mis amigos. Podría haber sido un jueves normal, pero para mí no lo era. A pesar de saberlo con varios meses de antelación, todavía no me hacía a la idea de lo que se me venía encima al día siguiente. Sin darme cuenta, estaba en las horas previas al 22 de agosto e ignoraba cómo iba a “apañármelas” en un lugar distinto con gente, lengua, y tradiciones distintas.

Tuve que salir del bar para atender el teléfono móvil:

- ¿Diga?
- Ignacio, nos vemos mañana en el aeropuerto, ¿tienes todo preparado?
- Sí… Creo que sí, Emy.
- Bueno, no te líes mucho esta noche y si puedes, echa en la maleta un diccionario de inglés, que yo llevo el de griego.
- Descuida, un par de cañas y me iré a dormir.

Tras colgar, miré la hora y pensé que sería suficiente si me acostase a la una de la madrugada, ya que a las siete de la mañana salía hacia Madrid y tenía que acabar la maleta. No obstante, avatares del destino hicieron que me acostase a las seis pasadas, por lo que mi despertar fue a gritos, acabando rápidamente la maleta y borracho aún.

Dos horas después de que mis padres me hubiesen despertado de mi sueño etílico a voces, llegábamos al aeropuerto de Madrid. Facturar el equipaje, ver cientos de personas de un lado para otro… Todo ello comenzaba a estresarme cuando vi llegar a Emy. Finalmente llegó el mediodía y el avión despegó rumbo a nuestro nuevo destino: Grecia.

Nunca había visto las nubes desde arriba, lo cual me dejó impresionado. Emy me preguntó si había cogido el diccionario de inglés, pero la borrachera de la noche anterior me hizo olvidarme de él.
Aunque el viaje fue tranquilo, también tuvo alguna anécdota interesante, ya que a nuestro lado iba un australiano muy peculiar. Tenía una riñonera llena de billetes y nos mostró unas fotos en las que se apreciaban las apreciadas “hierbas aromáticas ilegales” que vendía y las bellas mujeres que se juntaban con él, además de hablarnos de los numerosos locales de fiesta que tenía en Ibiza.

Y tras unas tres horas y media, el avión tomó tierra en el país Helénico. Estuvimos media hora esperando que mi maleta apareciese en la cinta transportadora, pero salieron todas a excepción de la mía. Tras caer en la desesperación, llamé a los encargados para informarles de que sólo quedaba una maleta dando vueltas y la mía no aparecía. Emy tuvo la feliz idea de que mirase si la que restaba era la mía, cosa que yo creía imposible, pero efectivamente, era mi maleta. Un pequeño traspiés, provocado por ir con una maleta prestada…

Cogimos un taxi, y le enseñamos al conductor la dirección de la estación de autobuses. Todo era un caos: una ciudad enorme, mucho tráfico, conductores locos… Yo no me hacía a la idea de que cuarenta días después tendría que vivir en esa ciudad tan ruidosa.

Conseguimos subir a un autobús y en dos horas llegaríamos a Patras, nuestro primer destino. En ese viaje sintonicé las emisoras griegas para ir conociendo la música de allí, la cual no me desagradó en absoluto.

Patras parecía más tranquila, pero ya era de noche. Repetimos el sistema de coger un taxi y mostrarle la dirección (esta vez de la residencia) que Emy hizo bien en apuntarse. Creo que yo no me preparé demasiado el viaje…

Dicen que a la tercera va la vencida, pero nosotros encontramos la residencia al segundo intento. Una chica muy amable (la hija de la dueña) nos acogió e intentó que le dijésemos algo en inglés. Una vez más, Emy demostró que había planificado un poco la Erasmus al saber decir alguna palabra que otra.

Al fin nos mostró un pequeño cuarto con dos camas. Sería nuestra habitación. Tras un día tan agotador, decidimos que lo mejor sería dormir.

En esa primera noche en Patras, comencé a recordar mi ciudad, mis amigos, mi cama… Y sólo venía una pregunta a mi cabeza:

- ¿Qué coño estoy haciendo aquí?